Escribe: Manuel Madueño Ramos
Han pasado algo más de un año de la muerte de Juan Rodríguez Quispe, amigo entrañable. No sé si tendré alguna deuda que pagarle, pero después de hacer memoria, recuerdo que sí tengo: mi olvido y los encargos que me dio en un encuentro casi casual que tuvimos, un 9 de setiembre de 1972 con motivo de la fiesta a “San Cristóbal” y a la “Virgen de Cocharcas” en el distrito de Chocos, zona sur de la provincia de Yauyos. Después de años recodamos las vicisitudes que pasamos los provincianos en tierras extrañas, lejos del calor paternal y de la tierra donde nacimos.
Lo conocí en 1959 cuando llegué estudiar en el Colegio Nacional “José Pardo” de Chincha Alta. Allí todos los yauyinos nos reuníamos en el “Centro Cultural Azángaro” para hacer deporte y defender los colores de este distrito de la provincia de Yauyos, porque no había otra institución. Recuerdo aún el grupo de adolescentes: Andrés Quispe Rodríguez, Urbano Vega Aguado, Trinidad Armas, Roberto Lázaro Aguado, Elmore Bruno Santibáñez, Eliseo Armas López, entre otros, en larguísimas reuniones para estudiar, discutir, acerca del fútbol y enfrentarnos un domingo a equipos de la zona norte de Castrovirreina.
Juan, siempre atento a nuestra conversación y siempre impaciente como esperando permanentemente algo o a alguien. Cada año que concluía el certamen futbolístico era considerado como el mejor arquero, porque era un guardameta de verdad con sus arriesgadas intervenciones dejaba su valla invicta; aparte de ello era un experto en crear muebles de madera fina por que era su especialidad, pues estudiaba en el Colegio Industrial Nº 20 anexo del “José Pardo”; unos años después por gestiones de su Director Jorge del Pozo Yáñez, llegó a formar un plantel disgregado del nuestro.
Era mayor que todos nosotros, los demás éramos jóvenes, estudiantes de distintos pueblos de la Región Andina y él siempre nos sorprendía con nuevos conocimientos o anécdotas, porque la experiencia es madre de todas las ciencias y a él le sobraba porque había vivido más que nosotros. Y al hablar parecía sus ojos oscuros llenarse de ciertos recuerdos lejanos o de algún amorío de su lejana tierra. Tal era el cúmulo de datos, detalles y cosas nuevas que nos quería comunicar y que los recibíamos con verdadera delectación.
La vida, los avatares del trabajo y el estudio nos separaron. Él viajó al distrito de Pitumarca, provincia de Canchis, Cuzco trabajar como docente. Yo me vine a la capital estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Quince años después lo encontré por última vez en Chocos, su tierra natal que yo visité por primera vez a conocer el dominio del tan mentado “Yanapaqcha”. También él volvía después de muchos años con su esposa y una hijita, todos con atuendos típicos cuzqueños que causó sorpresa en propios y extraños, pero el sobrio y jactancioso con su nueva vestimenta no parecía incomodarle.
Al hablar de la tierra de los inkas describía cada uno de sus templos y palacios, costumbres, su idioma y comidas. Contaba hermosas historias y leyendas de los pueblos del Cuzco que había visitado; de fútbol no había historia ni anécdota que no brotara como un torrente por la inmensidad de sus conocimientos, siguió hablando de sus recuerdos, odios y amores. Hace casi un año supe que Juan ya había volado al cielo, al encuentro del Señor. Sentí una inmensa pena que invadió todo mi ser, pero fiel a su recuerdo seguiré en esta viña del Señor, hasta que el último hálito de vida me abandone.
Hasta la vista mi querido Juan, tus recuerdos martillean mi cerebro. Y más ahora que se acerca la fiesta el 8 de setiembre en Chocos. Los cerros seguirán igual que hace siglos rodeando esta incontrastable ciudad que se alterna con la modernidad. Sólo que yo no volverás nunca a contemplarlos.
Han pasado algo más de un año de la muerte de Juan Rodríguez Quispe, amigo entrañable. No sé si tendré alguna deuda que pagarle, pero después de hacer memoria, recuerdo que sí tengo: mi olvido y los encargos que me dio en un encuentro casi casual que tuvimos, un 9 de setiembre de 1972 con motivo de la fiesta a “San Cristóbal” y a la “Virgen de Cocharcas” en el distrito de Chocos, zona sur de la provincia de Yauyos. Después de años recodamos las vicisitudes que pasamos los provincianos en tierras extrañas, lejos del calor paternal y de la tierra donde nacimos.
Lo conocí en 1959 cuando llegué estudiar en el Colegio Nacional “José Pardo” de Chincha Alta. Allí todos los yauyinos nos reuníamos en el “Centro Cultural Azángaro” para hacer deporte y defender los colores de este distrito de la provincia de Yauyos, porque no había otra institución. Recuerdo aún el grupo de adolescentes: Andrés Quispe Rodríguez, Urbano Vega Aguado, Trinidad Armas, Roberto Lázaro Aguado, Elmore Bruno Santibáñez, Eliseo Armas López, entre otros, en larguísimas reuniones para estudiar, discutir, acerca del fútbol y enfrentarnos un domingo a equipos de la zona norte de Castrovirreina.
Juan, siempre atento a nuestra conversación y siempre impaciente como esperando permanentemente algo o a alguien. Cada año que concluía el certamen futbolístico era considerado como el mejor arquero, porque era un guardameta de verdad con sus arriesgadas intervenciones dejaba su valla invicta; aparte de ello era un experto en crear muebles de madera fina por que era su especialidad, pues estudiaba en el Colegio Industrial Nº 20 anexo del “José Pardo”; unos años después por gestiones de su Director Jorge del Pozo Yáñez, llegó a formar un plantel disgregado del nuestro.
Era mayor que todos nosotros, los demás éramos jóvenes, estudiantes de distintos pueblos de la Región Andina y él siempre nos sorprendía con nuevos conocimientos o anécdotas, porque la experiencia es madre de todas las ciencias y a él le sobraba porque había vivido más que nosotros. Y al hablar parecía sus ojos oscuros llenarse de ciertos recuerdos lejanos o de algún amorío de su lejana tierra. Tal era el cúmulo de datos, detalles y cosas nuevas que nos quería comunicar y que los recibíamos con verdadera delectación.
La vida, los avatares del trabajo y el estudio nos separaron. Él viajó al distrito de Pitumarca, provincia de Canchis, Cuzco trabajar como docente. Yo me vine a la capital estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Quince años después lo encontré por última vez en Chocos, su tierra natal que yo visité por primera vez a conocer el dominio del tan mentado “Yanapaqcha”. También él volvía después de muchos años con su esposa y una hijita, todos con atuendos típicos cuzqueños que causó sorpresa en propios y extraños, pero el sobrio y jactancioso con su nueva vestimenta no parecía incomodarle.
Al hablar de la tierra de los inkas describía cada uno de sus templos y palacios, costumbres, su idioma y comidas. Contaba hermosas historias y leyendas de los pueblos del Cuzco que había visitado; de fútbol no había historia ni anécdota que no brotara como un torrente por la inmensidad de sus conocimientos, siguió hablando de sus recuerdos, odios y amores. Hace casi un año supe que Juan ya había volado al cielo, al encuentro del Señor. Sentí una inmensa pena que invadió todo mi ser, pero fiel a su recuerdo seguiré en esta viña del Señor, hasta que el último hálito de vida me abandone.
Hasta la vista mi querido Juan, tus recuerdos martillean mi cerebro. Y más ahora que se acerca la fiesta el 8 de setiembre en Chocos. Los cerros seguirán igual que hace siglos rodeando esta incontrastable ciudad que se alterna con la modernidad. Sólo que yo no volverás nunca a contemplarlos.