Durante la época colonial, las minas azogueras descubiertas en 1563 en Villa Rica de Oropesa, Huancavelica. De los socavones de Santa Bárbara, Chacaltana y San Francisco, los encomenderos españoles con sus mitayos indios, trasladaban sus cargas de mineral (azogue) a la Costa por dos rutas importantes. La primera ruta: Huancavelica, Castrovirreyna, Huaytará, Chincha al puerto Tambo de Mora. La segunda ruta Huancavelica, Mantas, Acobambilla, Turpi Cotay, Víñac, Huangáscar, puente de Llangastambo, Lunahuaná, Cañete y el puerto de Cerro Azul. El transporte duraba tres meses, de ida y vuelta, con cientos de llamas, alpacas, acémilas y hombros de indios, embaladas en cajas de madera, odres de cuero de animales. Se formaban así largas filas de camélidos; éstos tornaban a su lugar de origen cargadas con los excelentes vinos y pisco de Chincha, Lunahuaná y Pacarán.
El azogue era el ingrediente principal, para extraer la plata por el procedimiento de amalgamación, que por entonces era importado a España, pero el gobierno del virrey Francisco de Toledo decide fundar una ciudad y lo encarga a Francisco de Angulo, quien asienta el Acta de origen de Villa Rica de Oropesa el 4 de agosto de 1571. El virrey Teodoro de Croix, consideró al azogue como “la maravilla más grande del mundo”, que a lo largo de 150 años fue la mayor productora del mundo; también la tumba de cientos de miles de indios que dejaban de existir por respirar el humo o polvillo del metal, que ingresaba por la boca, ojos, narices y orejas de los indios. Vuelto a sus tierras vivían sólo seis, ocho meses o máximo un año, se enfermaban y acababan su vida con apretamiento del pecho. Fue la mayor explotación del hombre andino.
En cierta ocasión los mitayos indios con sus encomenderos que volvían hacia su lugar de origen, Huancavelica, se extraviaron del camino porque habían bebido demasiado pisco y estaban mareados. No cruzaron el puente colgante de Llangastambo, sino se dirigieron hacia la quebrada de Huayllampi, quizás porque sus guías no se dieron cuenta. Habían caminado muchos kilómetros, llegando hasta el pueblo de Tana. Allí recién se dieron cuenta de su equivocación, solicitando a los pobladores que les informaran la ruta hacia Víñac. Los naturales les indicaron que la vía más directa era por Huano, ascender por un camino inaccesible y muy accidentado, para llegar Apurí y finalmente Víñac, luego continuar su ruta conocida hacia Huancavelica.
Los arrieros se dirigieron por el sendero señalado, subiendo hacia la montaña, dentro de la jurisdicción de Apurí; como el camino era angosto y demasiado agreste, un caballo perdió el equilibrio, cayéndose al precipicio y muriéndose. El encomendero pidió la indemnización correspondiente, por no mantener operativo el camino, pago del equino y la compensación por las cargas de oro perdidas. Aunque esto, parece ser falso, porque no podemos imaginar que de Cañete estuvieran trasladando oro y plata a Huancavelica. Los apurinos, para no pagar, adujeron que el lugar pertenecía a la jurisdicción de Cacra, mientras éstos manifestaban todo lo contrario.
En realidad la jurisdicción pertenecía Apurí, como no tenían dinero para pagar, transaron con los cacrinos, para que ellos compensaran por las pérdidas ocasionadas al encomendero, que fue aceptado. Como garantía les otorgó los terrenos de Huaylampi, Mayacjero, Huano Grande y Seccse propiedad de los apurinos por diez años y otros más, para que ellos los cultivaran y los pastos naturales, para sus animales. En 1890, Eulogio Candioti, regidor del distrito de Víñac, residente en Huaycha Huac’jana- Apurí solicitó a las autoridades que se reclamara los terrenos, porque había excedido el pago en el tiempo previsto. Los cacrinos, se creyeron con derecho a la propiedad por los muchos años de posesión y haber pagado la indemnización que solicitó el encomendero por el caballo y su carga de metales preciosos. No aceptaron devolverlos.
La Comunidad de Apurí denunciaron al Juez del Partido de Yauyos, por que el juez competente. Antes de ingresar al Juzgado llegaron a un feliz arreglo entre el Teniente Gobernador, Agente Municipal de Apurí con la Comunidad de Cacra. Éstos solicitaron un par de años más, manifestando que “el terreno no se gasta ni se consume, que un par de años más de sembrío era suficiente”. Los de Apurí aceptaron la proposición de los cacrinos y para festejar “el buen arreglo” compraron una botella de pisco, brindando a la salud de todos los asistentes y volvieron contentos a sus pueblos a dar la noticia a sus compoblanos. El Juez del Partido de Yauyos en ese instante estaba muy ocupado, fijando para ocho después, la audiencia de conciliación.
Después de una semana volvieron las susodichas autoridades de Apurí a Yauyos, pero sin avisar a don Eulogio Candioti, hombre de mayor conocimiento y de más edad, porque dijeron que ya estaba viejo y no tenían plata para costear el viaje. Los cacrinos llegaron dos días antes a Yauyos y maquinaron con el Juez y el escribano, para redactar el Acta de posesión de los terrenos a tiempo indeterminados; y como los apurinos no sabían leer, no se percataron del manuscrito fraguado. Sólo se limitaron firmar el documento. Así pasaron hasta más de cien años. Fue el inicio de una guerra entre las dos comunidades hermanas, enfrentarse en una pelea fratricida, primero en el lugar denominado “PICHACUNA”, con cultivo de cebada y trigo. Últimamente esta disputa se ha trasladado a la capital donde los residentes de ambos pueblos, en donde se encuentran, se lían a golpes. La herida sigue sangrando.
Este proceso judicial que se inició en la época de la Colonia, hace más de 200 años continuó durante la República en el Juzgado Provincial de Yauyos. Y continuará de manera indeterminada hasta que algún día ambas comunidades lleguen a una solución y conciliación definitiva, porque no es posible que dos pueblos hermanos de la Zona Sur de Yauyos, sigan siendo enemigos. En todo este período de demandas y contra demandas, han gastado infructuosamente, despilfarrando cientos de miles de soles, que muy bien lo hubieran utilizado en la educación de sus hijos, construir escuelas, edificios públicos, canales de riego, carreteras. Es necesario que llegue a un feliz término este litigio que a nadie beneficia, sino parece fuera puro orgullo.
Si reflexionamos con cabeza fría, tanto dinero gastado ¿Dónde están? ¿Quiénes se han beneficiado de esta demanda y contra demanda? Los únicos beneficiarios, fueron los Jueces, Escribanos hoy Secretario de Juzgado, librerías, dueños de Restaurantes, Hoteles, Empresas de Transportes y tinterillos que pululan en la Plaza de Yauyos y sus alrededores.
El azogue era el ingrediente principal, para extraer la plata por el procedimiento de amalgamación, que por entonces era importado a España, pero el gobierno del virrey Francisco de Toledo decide fundar una ciudad y lo encarga a Francisco de Angulo, quien asienta el Acta de origen de Villa Rica de Oropesa el 4 de agosto de 1571. El virrey Teodoro de Croix, consideró al azogue como “la maravilla más grande del mundo”, que a lo largo de 150 años fue la mayor productora del mundo; también la tumba de cientos de miles de indios que dejaban de existir por respirar el humo o polvillo del metal, que ingresaba por la boca, ojos, narices y orejas de los indios. Vuelto a sus tierras vivían sólo seis, ocho meses o máximo un año, se enfermaban y acababan su vida con apretamiento del pecho. Fue la mayor explotación del hombre andino.
En cierta ocasión los mitayos indios con sus encomenderos que volvían hacia su lugar de origen, Huancavelica, se extraviaron del camino porque habían bebido demasiado pisco y estaban mareados. No cruzaron el puente colgante de Llangastambo, sino se dirigieron hacia la quebrada de Huayllampi, quizás porque sus guías no se dieron cuenta. Habían caminado muchos kilómetros, llegando hasta el pueblo de Tana. Allí recién se dieron cuenta de su equivocación, solicitando a los pobladores que les informaran la ruta hacia Víñac. Los naturales les indicaron que la vía más directa era por Huano, ascender por un camino inaccesible y muy accidentado, para llegar Apurí y finalmente Víñac, luego continuar su ruta conocida hacia Huancavelica.
Los arrieros se dirigieron por el sendero señalado, subiendo hacia la montaña, dentro de la jurisdicción de Apurí; como el camino era angosto y demasiado agreste, un caballo perdió el equilibrio, cayéndose al precipicio y muriéndose. El encomendero pidió la indemnización correspondiente, por no mantener operativo el camino, pago del equino y la compensación por las cargas de oro perdidas. Aunque esto, parece ser falso, porque no podemos imaginar que de Cañete estuvieran trasladando oro y plata a Huancavelica. Los apurinos, para no pagar, adujeron que el lugar pertenecía a la jurisdicción de Cacra, mientras éstos manifestaban todo lo contrario.
En realidad la jurisdicción pertenecía Apurí, como no tenían dinero para pagar, transaron con los cacrinos, para que ellos compensaran por las pérdidas ocasionadas al encomendero, que fue aceptado. Como garantía les otorgó los terrenos de Huaylampi, Mayacjero, Huano Grande y Seccse propiedad de los apurinos por diez años y otros más, para que ellos los cultivaran y los pastos naturales, para sus animales. En 1890, Eulogio Candioti, regidor del distrito de Víñac, residente en Huaycha Huac’jana- Apurí solicitó a las autoridades que se reclamara los terrenos, porque había excedido el pago en el tiempo previsto. Los cacrinos, se creyeron con derecho a la propiedad por los muchos años de posesión y haber pagado la indemnización que solicitó el encomendero por el caballo y su carga de metales preciosos. No aceptaron devolverlos.
La Comunidad de Apurí denunciaron al Juez del Partido de Yauyos, por que el juez competente. Antes de ingresar al Juzgado llegaron a un feliz arreglo entre el Teniente Gobernador, Agente Municipal de Apurí con la Comunidad de Cacra. Éstos solicitaron un par de años más, manifestando que “el terreno no se gasta ni se consume, que un par de años más de sembrío era suficiente”. Los de Apurí aceptaron la proposición de los cacrinos y para festejar “el buen arreglo” compraron una botella de pisco, brindando a la salud de todos los asistentes y volvieron contentos a sus pueblos a dar la noticia a sus compoblanos. El Juez del Partido de Yauyos en ese instante estaba muy ocupado, fijando para ocho después, la audiencia de conciliación.
Después de una semana volvieron las susodichas autoridades de Apurí a Yauyos, pero sin avisar a don Eulogio Candioti, hombre de mayor conocimiento y de más edad, porque dijeron que ya estaba viejo y no tenían plata para costear el viaje. Los cacrinos llegaron dos días antes a Yauyos y maquinaron con el Juez y el escribano, para redactar el Acta de posesión de los terrenos a tiempo indeterminados; y como los apurinos no sabían leer, no se percataron del manuscrito fraguado. Sólo se limitaron firmar el documento. Así pasaron hasta más de cien años. Fue el inicio de una guerra entre las dos comunidades hermanas, enfrentarse en una pelea fratricida, primero en el lugar denominado “PICHACUNA”, con cultivo de cebada y trigo. Últimamente esta disputa se ha trasladado a la capital donde los residentes de ambos pueblos, en donde se encuentran, se lían a golpes. La herida sigue sangrando.
Este proceso judicial que se inició en la época de la Colonia, hace más de 200 años continuó durante la República en el Juzgado Provincial de Yauyos. Y continuará de manera indeterminada hasta que algún día ambas comunidades lleguen a una solución y conciliación definitiva, porque no es posible que dos pueblos hermanos de la Zona Sur de Yauyos, sigan siendo enemigos. En todo este período de demandas y contra demandas, han gastado infructuosamente, despilfarrando cientos de miles de soles, que muy bien lo hubieran utilizado en la educación de sus hijos, construir escuelas, edificios públicos, canales de riego, carreteras. Es necesario que llegue a un feliz término este litigio que a nadie beneficia, sino parece fuera puro orgullo.
Si reflexionamos con cabeza fría, tanto dinero gastado ¿Dónde están? ¿Quiénes se han beneficiado de esta demanda y contra demanda? Los únicos beneficiarios, fueron los Jueces, Escribanos hoy Secretario de Juzgado, librerías, dueños de Restaurantes, Hoteles, Empresas de Transportes y tinterillos que pululan en la Plaza de Yauyos y sus alrededores.